Recuerdo cuando era adolescente y mi madre me pedía ir a comprar el pan. Solo de pensar que tenía que bajar a la calle, ir a la panadería y pedir el pan se me hacía una montaña. Le preguntaba una y otra vez que tenía que pedir. Mi barriga se contraía y notaba un nudo en el estómago. Repetía en mi cabeza una y otra vez: una barra de cuarto, una barra de cuarto.
Y rezaba para que aún tuvieran barras de cuarto. Me parecía el fin del mundo el escenario en el que tuviera que decidir comprar un pan que no era el que me había pedido. ¿Pan de payés? ¿Una vienesa? ¿Rústico?
Se me hacía una bola de harina en la cabeza. Comprobaba una y otra vez que llevaba el dinero en el bolsillo. Cada día que iba a comprar el pan me sucedía lo mismo. Un día dejó de pasar. La bola de mi estómago desapareció acostumbrándome al trayecto de casa a la panadería. Familiarizándome con los tipos de panes y dándome cuenta de que si no había barras de cuarto no era el fin del mundo.
La Meritxell adulta de hoy piensa: Como puede ser que te asustara una barra de cuarto de pan.
Lo cierto es que mi barra de cuarto de hoy sigue existiendo, quizá no en una panadería, pero el miedo existe. El miedo a lo desconocido, a aquello que no conozco, la incertidumbre de no saber, la exigencia de tenerlo todo controlado. De pensar que todo depende de mí, que debo hacer un análisis exhaustivo.
Tú también tienes tu miedo de barra de cuarto aunque hoy te parezca el fin del mundo, con el tiempo, con perspectiva, con conocimiento lo recordarás como yo recuerdo estos viajes a la panadería de adolescente.
El miedo no deja de ser un recurso de supervivencia, la forma que tiene nuestra mente y nuestro cuerpo para protegernos. ¿Pero qué pasa cuando ese miedo nos dificulta vivir felices?
Entramos en bucle, le damos vueltas sin parar a las mismas cosas, pensamos escenarios, guiones de película en nuestra mente que nunca suceden. Vamos en círculos como si estuviéramos montados en un tiovivo que no para nunca.
El miedo es un recurso. Míralo, obsérvalo. Está en ti por algo, viene con un mensaje importante para ti, quiere protegerte. Escúchalo, pero no dejes que conduzca tu vida, ni tome las riendas de tus decisiones.
Para superar el miedo hay que ir de la mano andando con él. Igual que yo iba una y otra vez a la panadería con un miedo terrible, cada vez el proceso era más familiar. Y la barra de pan que era para mí un reto de supervivencia se convirtió en rutina.
Y yo te pregunto: ¿Cuál es tu barra de pan del miedo?
Tú lo sabes, lo sientes. Tu cuerpo se cierra, te bloqueas, ni respiras.
Encuéntralo, obsérvalo y hazlo con miedo. El miedo te ayudará a buscar opciones seguras, a sopesar las posibilidades y el riesgo. No se trata de darse golpes en la cabeza con la barra de pan del miedo ni tampoco dejar de comprar pan. Hay un punto medio en el que el miedo tiene el lugar que le corresponde. ¿Cuál es?