Vestida de uniforme, de azul marino para reprimir, con la porra de mis preguntas voy recorriendo las calles de tus pensamientos. Ni el callejón más oscuro y recondito puede esconder un pensamiento de mi ronda matutina. ¿Qué estarás pensando? ¿Qué no me estás diciendo?
Oigo el repicar de mis botas en los adoquines, los correteos de pensamientos que no quieren ser atrapados y poco a poco se va haciendo de noche y con las calles desiertas mi patrulla diaria deja de tener sentido. Utilizo el escáner, otra herramienta de la polícia del pensamiento. Te miro a los ojos, observo tu cuerpo e intento encontrar el camino. Ver en el fondo de tus ojos en qué calle está ese pensamiento que se me escapa.
Queremos saber qué le pasa al otro. Queremos transparencia, que podamos contárnoslo todo, que no haya secretos. Quizá por experiencias pasadas en las que hemos pisado mierdas de perro en las calles del pensamiento ajeno y esta vez quisiéramos que fuera distinto.
Por querer ser tan transparentes entre nosotros nos hemos hecho esclavos de nuestras propias palabras. Yo buscando tus pensamientos a base de porra de preguntas y tu escondiéndote en callejones a base de silencios.
No tengo la respuesta de cómo se hace esto de compartir con otra persona que sucede en tu barrio mental. Hay días que ni yo quisiera pasear por esas calles de suburbio de mala muerte donde viven en mis pensamientos. Aunque otros días paseo por un barrio residencial de casas unifamiliares y zonas ajardinadas. Todo depende de la cantidad de basura que tenga en la cabeza. Puedo pasar de ser una pija de ropa de marca «Oh de pensamiento» a ser la más chunga del barrio «Piensa tú».
¿Cómo compartir lo que se cuece en tu cabeza? Sin vomitarle a alguien tus mierdas pero a la vez compartiendo. Sin que se te escape la dirección de la calle en la que estás pensando si no quieres seguir describiendo lo que se está sucediendo allí.
¿Se puede tener intimidad de pensamiento? La idealista que vive en mí dice que sí. La mujer práctica se pregunta cómo y hasta qué punto. En el momento que unas palabras salen de mi boca la intimidad de ese pensamiento ya no existe. Hasta qué punto es justo decirle al otro, «Ya no quiero contarte más de esto», una vez has abierto un melón del tamaño de un globo aerostático.
¿Cómo sé si me paso de rosca o tengo el tornillo suelto? ¿Cómo sé si estoy haciendo de policía del pensamiento o estoy mirando un melón que no entiendo que se ha abierto ante mí y estoy esperando una historia que tenga sentido.
En las relaciones creo que debemos mantener algunas calles de nuestro pensamiento cerradas. Pensamos muchas cosas y algunas huelen mal. Otras cambian tan rápido que si expresaramos a cada segundo lo que pensamos por eso de ser transparentes volveríamos loco a más de uno.
Eso sí, si cierras una calle de tu pensamiento, ciérrala bien. Si en algún momento abres la puerta puede que entre alguien y no será una buena conversación cuando el merodeante se haya dado de bruces con la puerta entreviendo la calle por las rejas que segundos atrás estaba abierta o eso parecía.

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