Miramos a la vecina, al compañero de trabajo, a las personas que van en metro con cara de ir a trabajar y creemos saber quiénes son. Escuchamos conversaciones caminando por la calle, pequeños trozos de vida que nos parecen dar la historia entera sobre el otro.
Escribía Empar Moliner en A les teves Sabates en el diari ARA sobre dos mujeres en las vísperas de Navidades. Una envidia a la otra, querrían intercambiarse los papeles, saborear por un momento qué es estar en tus zapatos.
Es curioso como en nuestro cerebro se crea un escenario en el que creemos que la vida del otro es mejor. No tiene esos problemas que tanto nos molestan, es un lujo tener su vida. Y sin darnos cuenta al que envidiamos quizá a su vez nos envidia a nosotros. Qué estupidez!
Los seres humanos creemos ponernos en los zapatos de los demás pero en realidad lo que hacemos más a menudo es ponernos en su lugar siendo nosotros mismos. Que haríamos nosotros si tuviéramos sus circunstancias, sus privilegios…
Queda muy lejos de la empatía ser nosotros en la piel de otro pero lo hacemos, cortamos pedacitos de vida de la vecina y nos las pegamos encima, las probamos en nuestra imaginación para ver si nos quedan bien y nos convencemos que en sus circunstancias estaríamos más que felices y contentos.
La empatía, sin embargo, es ser el otro aunque sea por un mísero segundo. Cerrar los ojos e imaginar como sería estar dentro de su mente, de su cuerpo, de su vida. Sentir lo que siente, ver lo que observa con sus ojos y a través de la mirada de su ser comprender donde se encuentra.
Quizá nos daríamos cuenta que envidiamos mucho menos de lo que creemos a otros, es una construcción imaginaria de como son los zapatos del otro sin tener en cuenta las suelas desgastadas, el olor a pies o quizá el hilo emocional que se genera hacía unos zapatos que tienen una historia de la que no sabemos nada.
